Montserrat, la reina de los cielos

Es una montaña de perfiles imposibles. Se ha convertido en un lugar especial para eremitas, santos, políticos y monarcas. Es uno de los más importantes centros espirituales del planeta. Allí se produjo una supuesta aparición hace casi mil años que hizo que el culto religioso se extendiera por todo el planeta. Pero Montserrat es mucho más que eso…

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A poco más de 30 kilómetros de Barcelona se yergue la montaña de Montserrat. Posee un perfil característico conformado por unas caprichosas “esculturas” naturales, llamadas “agujas”, resultado de la erosión, los movimientos tectónicos y sedimentos depositados a lo largo de milenios. Como no podía ser de otro modo, este paisaje inverosímil resultó sugestivo para los pobladores de la región quienes imaginaron en sus contornos figuras humanas y animales, les dio nombre e inventó leyendas para explicar su origen fantástico.

En medio de este macizo montañoso, a más de setecientos metros sobre el nivel del mar, entre rocas gigantescas y vertiginosos acantilados, se erige el monasterio de Montserrat. Hasta aquí peregrinan fieles de todo el mundo para rendir culto a la Moreneta. Este nombre popular deviene del color de su piel negra, aunque una restauración efectuada en 2001 puso de relieve que tanto la cara como las manos de esta talla románica eran originariamente blancas.

El aspecto actual de la imagen se remonta –según los especialistas– entre finales del siglo XVIII y comienzos del XIX, cuando fue pintada de negro por causas que se desconocen. Como sea, en 1881, el Papa León XIII proclamó a esta virgen patrona de Cataluña, aunque su importancia no conoce fronteras, como lo demuestra el hecho de que las primeras iglesias del Nuevo Mundo estuvieran dedicadas a Nuestra Señora de Montserrat. La culpa, en todo caso, es de uno de sus ermitaños, Bernat Boil, quien acompañó al almirante Cristóbal Colón, convirtiéndose, de este modo, en el primer misionero de América. A este lado del Atlántico también proliferaron numerosos monasterios: sólo en Italia hay 150 dedicados a Montserrat.

Su hallazgo, sin embargo, es neblinoso y está envuelto en un barniz legendario pues, según la tradición, unas luces anunciaron su escondite, para preservar su destrucción de los musulmanes iconoclastas, en una cueva que radica muy cerca del cenobio benedictino.

Un hallazgo ¿sobrenatural?

“No es del todo leyenda”, explica Xavier Rota para nuestra sorpresa. El responsable del archivo parroquial de Olesa de Montserrat pone en nuestras manos una antigua publicación de la Abadía de Montserrat, un ejemplar de “Cultura popular del Montserrat” realizado a partir de textos recogidos por Pau Bertran i Bros, que contiene una pormenorizada descripción de aquellos acontecimientos:

“En tiempos del primer Conde de Barcelona, llamado Wifredo el Velloso, en el año 880, fue encontrada la imagen de ‘Madona Sancta Maria’ por tres niños que cuidaban del ganado en la montaña”, traducimos del catalán antiguo. “Un sábado por la noche –continúa el escrito– vieron caer del cielo un resplandor muy luminoso mientras oían una gran melodía. Eso explicaron a sus parientes quienes, acompañados de los chicos, volvieron a la montaña el sábado siguiente y tuvieron una visión parecida”. El texto continúa explicando que fueron a contárselo al rector de la villa de Olesa, quien, durante cuatro sábados consecutivos, vio aparecer la extraña luminaria.

“El rector de Olesa, que era un gran devoto –nos precisa Rota– decidió contar el prodigio al obispo de Manresa quien, en comitiva, se presentó a la hora acostumbrada a Montserrat y pudo constatar no sólo la presencia de la luz, sino que esta se aproximaba a un lugar concreto”.

Así fue como, tras retirar algunas piedras, encontraron la entrada a la Santa Cova (Cueva Santa). En su interior había una sencilla cabaña y, sobre un poyato, la “Ymaga Beata de nostra dona Sta. Maria.” El texto revelaba la fuente: una inscripción realizada en un retablo del siglo XIII, que antiguamente estaba a la vista de todos, en el claustro gótico que impulsó el cardenal Giuliano della Rovere, a la derecha de la puerta principal y que, para evitar que se estropeara, fue trasladado al dormitorio más alto de la obra.

Parece, en cualquier caso, que su existencia no pasó inadvertida para el historiador Pedro de Burgos, quien también lo menciona en una relación que se remonta al año 1550 y añade que el obispo notó que la imagen, al ser trasladada, se hacía por momentos pesada hasta no poder avanzar, lo que fue interpretado como la voluntad de la Virgen de quedarse en aquel lugar.

Así mandó construir allí una capilla para que fuera venerada en la montaña de Montserrat. Está documentado que el culto a la Virgen de Montserrat se materializó en el siglo IX en cuatro ermitas primigenias: Santa María, San Acisclo, San Pedro y San Martín. Algo que, como veremos, entra en contradicción, con la datación de la actual imagen. “Que el relato no es ficción lo demuestra este otro documento”, añade Rota.

El archivero sacó entonces de un estante un antiguo legajo del siglo XVII. Abrió con delicadeza el tomo y nos mostró un acta notarial en la que varios vecinos de Olesa de Montserrat dejaron constancia documental de un fenómeno luminoso acaecido entre las nueve y las diez de la noche del 3 de julio de 1642. “Como sucedió con el descubrimiento de la Moreneta –nos aclara Rota–, las luminarias aparecieron sobre el macizo y desaparecieron creando una gran luminosidad. Debió impresionarles sobremanera para que acudieran al cura –que hacía las veces de notario– y dejaran constancia en un acta”.

El cambiazo de talla

Elaborada en madera de álamo, la célebre imagen de la Moreneta posee casi un metro de altura y muestra una Virgen sedente con un niño sentado en su regazo. En su mano derecha sostiene una esfera dorada que –según dicen– simboliza el universo. El niño, por su parte, sostiene una piña en su mano izquierda y la derecha alza los dedos en señal de bendición.

La talla es de color dorado, sólo los rostros y las manos son negras. En algunas épocas vistieron al icono con ricos mantos y adornaron su sien con una corona de metales nobles y un cetro en la mano como signo de realeza. Hoy, sin embargo, se presenta tal y como suponemos imaginó su tallista. La patrona de los catalanes pesa 14 kilos y ha sido datada en el ¡siglo XII! Ya vemos –pues– que hay un desfase cronológico entre la imagen de la leyenda y la escultura románica. Pero si el monasterio para venerar a la Virgen se erigió en 1025 y su culto ya existía en el siglo IX, ¿cómo es posible que la talla sea del siglo XII? ¿Puede haber más de una Moreneta?

Según nos cuenta el periodista Carlos Mesa, la imagen que se venera en el camarín de la Virgen, en la basílica de Montserrat, no sería la auténtica. La “verdadera” estaría en Barcelona, en una de las iglesias más antiguas de la ciudad, conocida como Sant Just i Pastor. “Escondida en varias ocasiones para preservar su destrucción –explica Mesa– en 1931, se retiró la imagen del camarín y se dejó en Montserrat una copia ante la inminente Guerra Civil.”

Y la talla, nos cuenta, fue a parar a la Iglesia de Sant Just i Pastor. “Si vas a Montserrat, verás que el orbe de sus manos es dorado, mientras que las crónicas del archivo histórico de la Ciudad Condal, dicen que era negro. La Moreneta de Sant Just i Pastor –añade–, no sólo mantiene en su mano un orbe de color negro, sino que su estampa muestra una virgen de facciones negras pintadas, lejos de la uniformidad actual de la que supuestamente debería ser la oficial. A todas luces –concluye– la auténtica Moreneta no está en Montserrat, sino sobre el altar de la iglesia de Sant Just i Pastor”.

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El hombre Santo

Más allá de este controvertido debate, está meridianamente claro que, alrededor de noventa años después del hallazgo de la imagen de Montserrat, nacería el tercer bisnieto de Wilfredo el Velloso. Un niño que, influenciado por su tío, el obispo y conde Miró Bonfill, ingresó en el monasterio benedictino de Ripoll renunciando a sus bienes personales y a los condados de Berga y Ripoll.

Nos referimos al abad Oliba que era –según el archivista tanto de Montserrat como del Vaticano, el padre Anselm M. Albareda– un hombre prudente, sensible y bondadoso. Sus contemporáneos, a menudo, le obsequiaron calificativos de hombre santo e incluso se le atribuyeron hechos milagrosos. En el año 1008 fue nombrado abad de dos de los monasterios más importantes de la época: Santa María de Ripoll y San Miguel de Cuixá. A estas dos responsabilidades se uniría, una década más tarde, el obispado de la ciudad de Vic.

Pero se produce entonces un hecho curioso. El Abad Oliba fija su atención en la montaña de Montserrat, que dependía de su nueva diócesis, para fundar allí un nuevo monasterio. ¿Por qué fundar un nuevo cenobio cuando ya existía el de Santa Cecilia? En efecto, la fundación de la ermita Santa Cecilia se remonta al año 737 y, al parecer, disponía de una cierta jurisdicción civil y eclesial sobre otras diseminadas a lo largo y ancho del macizo montañoso.

Pocos saben que esta fue la primera opción del Abad Oliba para extender sus dominios en Montserrat, pero se encontró con la negativa de la comunidad de modo que optó por fundar el monasterio sobre una pequeña ermita que su bisabuelo –Wifredo el Velloso– había donado al Monasterio de Ripoll. Corría el año 1025. Considerado el padre espiritual de Cataluña, Oliba facilitó de este modo el culto a la Virgen Negra de la Serra, como también se la conoce, y siguiendo la ruta de los ejércitos aragoneses, difundió su devoción por otras comarcas.

El cenobio pronto se convirtió en santuario y gracias a los donativos recibidos fue creciendo de forma constante hasta que, a finales del siglo XII, el abad regente solicitó la ampliación de la comunidad monástica para poder ser considerada abadía. En esa época un decreto del Papa Clemente III (1187-1191) aprobaba la creación de una Cofradía de devotos constituida para el culto a la Virgen de Montserrat. Encargada de encauzar hacia el monasterio los cuantiosos donativos para la Moreneta y de propagar su devoción, en esta cofradía aparecen mencionados personajes tan ilustres como la Reina de Aragón, la Condesa de Barcelona o el propio Abad de Ripoll.

Una virgen imperial

El creador de la Compañía de Jesús, san Ignacio de Loyola, “transformó” su vida en Montserrat tras pasar una noche en oración con la Virgen. En 1522 abandonó su casa en Azpeitia (Guipúzcoa) para emprender un largo camino hasta Jerusalén, pero antes se detuvo en la montaña de Montserrat. Fue en el monasterio benedictino donde abandonó su indumentaria de caballero por una austera túnica y es aquí donde desarrollará sus Ejercicios espirituales.

Seguirían su estela Luis Gonzaga, Francisco de Borja y Aragón, el padre Vicente Ferrer o San José de Calasanz. También visitaron Montserrat los reyes más poderosos de España. Es el caso de Carlos V quien se postró ante la Virgen en nueve ocasiones o Felipe II, quien costeó el retablo policromado del altar mayor y la obra civil de la actual plaza frente a la basílica. Ambos monarcas murieron sosteniendo en sus manos una vela bendecida en Nuestra Señora de Montserrat.

Los Reyes Católicos visitaron Montserrat en 1492. El rey Fernando se refiere al monasterio como “casa de gran devoción… por los continuos milagros que en ella se fazen, y la dispusicion del lugar, tan solitario y tan marauilloso, donde sta puesta”. Un monasterio de su importancia –decía– “era bien no fuese abadía de por si y claustral, sino que se incorporase con las demás Congregaciones que en Castilla y Galicia se avian juntado” y por esa razón, solicitó al Papa Alejandro VI que lo afiliara al monasterio de San Benito el Real de Valladolid.

Los Reyes Católicos comprendieron que el “único medio para realzar el crédito, el culto y aun la estima” de Monserrat, era su incorporación a Valladolid. De este modo, una docena de monjes de esta villa castellana, encabezados por el Cardenal Cisneros, llegó a la montaña sagrada para refundar el monasterio en 1493. Pero no todos creen que los objetivos de esta reforma fueran piadosos. El cardenal y arzobispo benedictino Anselm M. Albareda, por ejemplo, sostiene que el Rey Católico, no había olvidado la adhesión de los monjes de Montserrat a la causa del Príncipe de Viana y de los enemigos de Juan II en Cataluña.

En cualquier caso, el vínculo entre Valladolid y Montserrat duraría hasta bien entrado el siglo XIX como atestigua el trabajo de Luis Suárez ‘En los orígenes de España’ (2011). Y es que la guerra contra el francés supuso un antes y un después en el culto mariano, no sólo en Montserrat sino en todo el país.

Fuente: La Vieja Ibería

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