Santiago Rusiñol, el inmortalizador de jardines

Santiago Rusiñol i Prats fue un artista polifacético; fue pintor, escritor, coleccionista, periodista y dramaturgo. Nació en Barcelona el 25 de febrero de 1861 en la calle Princesa, en el seno de una familia de industriales del téxtil originaria de Manlleu. Huérfano de padre de muy pequeño, junto con sus hermanos Alberto y José María, tras los primeros estudios en Barcelona, recibió una férrea formación junto a su abuelo Jaume Rusiñol, que se hizo cargo de ellos, que iba encaminada a la continuidad del negocio familiar. Pero Rusiñol bien pronto descubriría la vocación artística y asistiría a clases de pintura a escondidas de su abuelo, rompiendo con la tradición industrial de la familia. En 1876 fue discípulo de Tomás Moragas..

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Santiago Rusiñol 1889 pintura de Ramón Casas

Con diecisiete años ya mostraba una tendencia profesional explícita: en 1878 expuso el primer cuadro en el Museo de Gerona, dedicado “A mi querido abuelo”, y el año siguiente, en mayo, presentó la primera obra en la Sala Parera de Barcelona, que se convertiría con el tiempo en la principal plataforma de proyección de su obra pictórica.

En 1880 debuta como escritor en el Primer Congreso Catalanista y, aficionado al excursionismo escribe, en 1881, “Impresiones de una excursión al Taga, Sant Joan de les Abadesses y Ripoll”. El texto, ilustrado con dibujos hechos del natural por él mismo, responde al más puro estilo romántico. La descripción del paisaje, la reflexión sobre el sentido de la historia y la admiración por el pórtico, casi en ruinas, del monasterio de Ripoll, son los ingredientes básicos de unas impresiones de tono elegíaco y patriótico. Aunque inicialmente fue autodidacta en arte, se formó en el Centro de Acuarelistas de Barcelona del que fue uno de los fundadores. En sus inicios, su pintura tiene puntos de contacto con la de Joaquim Vayreda. En 1881 participó en un concurso de dibujos de hierros forjados catalanes en la exposición de la Asociación Artístico-Arqueológica, y fue desde entonces que nació su afición a este género de obras de arte. Las piezas de forja catalana antigua, las localizaba en masías y ermitas aprovechando sus salidas con la Asociación Catalanista de Excursiones, de la que era socio desde 1881. El mismo año se inscribe en el Ateneo Barcelonés.

El año 1883 escribe “El castillo de Centelles”.  Pero no todo era romanticismo y elegía en los primeros textos de Rusiñol. Del mismo modo que su pintura, progresivamente, fue evolucionando del paisagismo olotinista al gusto por los espacios sórdidos; su literatura pasó también por un momento de prurito naturalista. De un naturalismo sui géneris, más próximo a la parodia que no a la asunción de los presupuestos del movimiento, y vehiculado a través de unos textos realmente insólitos: las cartas enviadas a la que bien pronto sería su mujer, Lluïsa Denís a la que conoce en 1884.

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Escritas en castellano y destinadas a una lectora muy especial y particular, las cartas de Santiago Rusiñol a su prometida son, por encima de todo, literatura pura. Y el interés primordial de esta literatura reside, no tanto en la capacidad de Rusiñol de seguir el código convencional del género epistolar en su vertiente amorosa, bien al contrario, en la utilización deliberada de todos y cada uno de los tópicos del género desde la distancia irónica y con la consiguiente explicitación del código. La hipérbole sistemática determina los apelativos que el yo otorga a la querida, los llantos por la separación forzada de los amantes y los impedimentos – reales o inventados, tanto da – que interponen la familia y la sociedad en general a su felicidad. En contraste con el registro dramático, el enamorado aprovecha el espacio de la carta por narrar sus aventuras y las de sus amigos, en un registro extremadamente realista que se puede llegar a transformar en caricaturesco y, a partir de aquí, rozar el humor negro y, si mucho conviene, la escatologia.

Las cartas a la prometida son, por lo tanto, una suerte de campo de pruebas de la literatura de Rusiñol. Quizás de forma no deliberada. Rusiñol y sus amigos del Centro de Acuarelistas reivindicaban como espacio artístico alternativo al arte académico y oficial, la pintura en tono menor, exponiendo dibujos, bocetos y pruebas. Es decir que, si bien las cartas no serían escritas para ser publicadas, responden igualmente a una necesidad de experimentar con lenguajes diferentes, una nueva manera de entender las relaciones entre la realidad y la ficción.

En 1883 participa en la Exposición de Bellas Artes del Ateneo Barcelonès. El 1884 hizo su primera exposición en la Sala Parera, junto a sus amigos el pintor Ramón Casas y el escultor Enric Clarasó. Rusiñol se entusiasmó por Silos en el año 1884, cuando conoció la población con ocasión de un viaje a Vilanova. También en 1884 con Clarasó alquilan unos bajos en la calle Muntaner de Barcelona. Rusiñol se trae los cuadros y la colección de hierros viejos, y Clarasó traslada su taller de escultura. Este local será el primer “Cau Ferrat”.

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El 16 de junio de 1886 contrajo matrimonio con Lluïsa Denis en la iglesia de Santa Anna y hicieron el viaje de novios a París, donde Rusiñol asistiría por primera vez al Salón Anual de las Bellas Artes. El 2 de julio del mismo año muere su abuelo, el patriarca de la familia, habiendo ya nacido su única hija, María, el 16 de mayo y puede, por fin, satisfacer plenamente sus ansias de formación artística y acude a La Llotja a estudiar dibujo. Casándose, Rusiñol huyó de la tiranía del abuelo. Pero se encontró con la tiranía de una mujer enamorada y celosa. El abuelo no quería que fuera pintor y su mujer estaba desesperada porque, una vez vió este oficio de cerca, creyó que su esposo fatalmente le debía ser infiel. Sucedió pues que el pájaro que quería salir del encarcelamiento que le suponía el despacho, estaba más enjaulado que nunca por una mujer que veía fantasmas por todas partes, que no lo dejaba en paz y que seguía siempre sus pasos.

En 1888 para alejarse del conflicto matrimonial, Rusiñol y Casas hacen un viaje en carro por Catalunya que durará meses. Los viajeros sacaban apuntes de tipos y paisajes, pintaban, hablaban con todo el mundo, y por caminos y postas desplegaban su simpatía humana y su extraordinario sentido del humor. En estos viajes, Rusiñol y Casas fueron protagonistas de múltiples anécdotas excéntricas que han pasado a formar parte del imaginario popular catalán. Por ejemplo, se explica que una vez, estando en el mercado de Breda, los dos amigos compraron todo un lugar de venta de cerámica para, poco después y ante la estupor de los transeúntes y del vendedor malcarado, romper todo el surtido de ollas y platos. En otra ocasión, Rusiñol trató sin éxito de vender duros a cuatro pesetas, ante la desconfianza de la gente.

Pese a su condición de heredero de la empresa familiar, a la edad de veintiocho años se decidió a romper con la imposición familiar y no tuvo el menor inconveniente en abandonar la familia y marcharse a estudiar a París en septiembre de 1889, donde residió largas temporadas en el barrio de Montmartre hasta 1893; y en total por espacio de siete años. Decidió pues, emprender la vida de artista con el fin de dedicarse profesionalmente a aquello que hasta entonces había sido su máxima afición: la pintura.

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Rusiñol estrena los monólogos escénicos: “El hombre del órgano” en el Teatro Novedades de Barcelona el 28 de noviembre de 1890 y “Lo sarau de Palco” en 1891. El suceso de la muerte del abuelo, la separación del matrimonio Rusiñol – Denís y el traslado del pintor a París, quedan automáticamente integrados en la narración que explica y justifica el comportamiento del personaje. Esta narración, fragmentada y en castellano, aparece publicada en las páginas de “La Vanguardia”, el diario más moderno de la Catalunya de la época. No se trata de una narración convencionalmente autobiográfica. El yo aparece aquí no como protagonista, sino como punto de vista, como mirada que selecciona e interpreta la realidad; una mirada que corresponde, eso sí, a un ser extremadamente sensible y a la vez extremadamente lúcido y crítico.

Es la mirada del Artista -con mayúscula-, la misma mirada que unifica las cartas al director que, una vez instalado en París, Rusiñol envía desde Montmartre a “La Vanguardia” bajo el epígrafe común de “Cartas desde El Molino” entre 1890 y 1892. Con el “Moulin de la Galette” como motivo recurrente, Rusiñol se convierte en cronista de la vida de bohemia, de los sacrificios de sus practicantes y de la fuerza embriagadora del ideal artístico. Todo, a través de la distancia irónica, del agridulce, de las medias tintas y del tono menor que caracterizan la literatura rusiñoliana de estos momentos.

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En teatro, primero hizo pequeños monólogos y, enseguida, la obra “La alegría que pasa”, estrenada en el Teatro Lírico de Barcelona el 16 de enero de 1891 y concebida en el marco del Teatro Íntimo de Adrià Vado. La idea de la comedia, un cuadro poemático en un acto, a la que puso música Enric Morera, nació de aquel viaje en carro en Alpens (Osona), donde los artistas encontraron una pandilla de saltimbanquis con los cuales trabaron amistad. “La alegría que pasa” era la primera pieza larga que el artista escribió para el teatro en el marco de la campaña para la implantación de un teatro lírico catalán. Rusiñol consigue una simbiosis casi perfecta entre simbolismo y costumismo, entre tradición y modernidad, cosa que se traduce en un gran éxito, tanto de crítica como de público, en unos momentos en qué la renovación de la escena catalana era considerada un imperativo patriótico. Rusiñol planteaba el conflicto sempiterno entre el artista y la sociedad, la poesía y la prosa, el espiritualismo y el materialismo, a través de una escenografía y de unos personajes altamente simbólicos.

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En 1891 se reencuentra con su hija; a partir de este momento, cada vez que pase por Barcelona se verán. En 1892 vuelve a París, alquila el piso del “Moulin de la Galette” con Casas y acogen a Canudas, enfermo de tuberculosis. Meses después, Rusiñol lo traerá a Sitges para que se cure. En este año, Rusiñol hace el segundo viaje en carro entre Manlleu y Sant Feliu de Guíxols. La muerte de Canudas le afecta mucho. También en este año se hace la inauguración de una gran exposición en Silos, que da lugar a la Primera Fiesta Modernista.

Sus maestros en París fueron Puvis de Chavannes y Carrière. Tras vivir en Montmartre con Ramon Casas y con Zuloaga, su pintura adopta tonos grises y una suerte de sutil vaguedad a la manera de Whistler, muy influenciada por los impresionistas. Su producción pictórica de esta época es paisajística, sobre temática urbana, retratos y también composiciones simbólicas de inspiración modernista. Tres veces expuso en París, en el “Salón de los Independientes”, en la “Nacional” y más tarde en las “Galerías Bring”, dónde presentó una colección de jardines españoles que mereció grandes elogios. Rusiñol también mostró su obra en la Sala Parera de Barcelona con una clara finalidad revulsiva. Acompañado del también pintor Ramon Casas, del escultor Enric Clarasó y del crítico de arte Raimon Casellas, se propuso remover las aguas de la estancada vida cultural barcelonesa, y participó en el proyecto de los jóvenes intelectuales modernistas reunidos en torno a la revista “El Adelanto” desde 1889 al 1893.

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El 21 de enero de 1893, Rusiñol da la conferencia “Mis hierros viejos” en el Ateneo Barcelonés. Este año se celebra en la Sala Parera la tercera exposición conjunta Casas-Clarasó-Rusiñol. Compra una casa en Sitges dónde traerá su colección de hierros viejos, y será el nuevo “Cau Ferrat”. También en este año, se celebra la Segunda Fiesta Modernista. Vuelve a París y mantiene una relación amorosa con Clotilde, la “Clo-clo”, hija del amo de una tienda de pinturas. Comparte piso en la Ille Saint-Louis con el pintor vasco Ignacio de Zuloaga. En 1894, en una de sus venidas de París, traslada el “Cau Ferrat” de Barcelona a Sitges, donde celebrará entre los años 1894 y 1897 conciertos, conferencias, performances como la danza serpentina, algunos de los actos literarios de las Fiestas Modernistas de Sitges, y allí coloca los Grecos adquiridos en Francia. En Sitges levanta una estatua al pintor de Toledo, con dinero recogido por subscripción popular. El “Cau Ferrat”, pues, supuso uno de los ejes del nacimiento y difusión de un nuevo movimiento, el modernismo, que cargaba contra el romanticismo decadente y la rutina de la sociedad burguesa. Aún así, la obra de Rusiñol no tomó casi nunca un tono social, de denuncia, sino que tendió a entender el arte como religión, el arte por el arte, la adoración absoluta de la belleza.

Para alojar la colección, Santiago Rusiñol compró en 1893 dos casas de pescadores -can Sin y can Falua- y construyó el “Cau Ferrat” uniendo las dos casas y unificando el estilo de la fachada en un estilo neogótico. El arquitecto Francesc Rogent y Pedriza llevó a cabo entre 1893 y 1894 cambios substancials en estas casas, utilizando las ventanas del antiguo castillo gótico de Silos que se habían eliminado cuando se construyó el actual Ayuntamiento, en el mismo lugar que se encontraba el castillo citado. La planta baja de la nueva casa la utilizó Rusiñol como vivienda. Este espacio cuenta con cuatro dependencias principales decoradas con pinturas del mismo Rusiñol, Ramón Casas, Ignacio Zuloaga, Pichot y otras, así como con esculturas de Manolo Hugué y G. Violet. La planta superior es un magnífico salón gótico que ocupa toda la superficie del solar con una altura importante, el techo artesonado, con apoyos de madera decorada que acoge gran variedad de obras de arte como la colección de objetos de hierro forjado de Rusiñol, dos pinturas del Greco, San Pedro y Santa Maria Magdalena, otras pinturas de Rusiñol, Zuloaga, Casas, Clarasó,… una espléndida colección de objetos de cristal, botellas, copas, jarras y otros objetos comprados por Rusiñol a Alexandre de Riquer.

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Rusiñol se convirtió, a partir de 1894, en la cabeza más visible del Modernismo. Contribuyó a ello, aparte de la personalidad carismática del artista, su capacidad de construir sobre su propia vida la imagen del artista moderno, sacerdote del arte, defensor del arte por el arte en una sociedad materialista y prosaica, y de convertir esta imagen, con el apoyo de la literatura y de su actividad pública, en un mito. Es inseparable de la construcción de esta imagen, la relación que mantuvo Rusiñol con la villa de Sitges, la Blanca Subur, la Meca del Modernismo, desde 1891. Este entusiasmo de Rusiñol por Sitges, se basaba obviamente en las condiciones naturales privilegiadas del lugar, pero probablemente también en la existencia de una interesante escuela pictórica denominada “Escuela Luminista” con miembros como Joan Batlle y Amell, Felip Massó, Arcadi Mas y Fondevila, Joan Roig y Soler y Joaquim de Miró entre otras.

Desde que volvió a Barcelona se transformó en uno de los grandes animadores del movimiento modernista “Els Quatre Gats”, inaugurado en 1897, que reunía artistas y escritores de vanguardia. Rusiñol, Casas y Utrillo son considerados padres fundadores.

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Santiago Rusiñol invita en 1894 a Ignacio Zuloaga a visitar Italia, sobre todo Florencia, dónde pasaron cuatro meses. Zuloaga fue quien despertó la admiración de Santiago Rusiñol por el Greco en una época en que el genial pintor estaba completamente olvidado. En 1894 se celebra la Tercera Fiesta Modernista. Rusiñol vuelve a su patria, arrastrando la secuelas de una caída en París, los dolores de la cual lo habituaron al consumo de la morfina, lo que motivó que su mujer volviera junto a él a cuidarlo. Rusiñol lleva a cabo, en carne propia, el reto del artista de convertir la creación artística en una vía de exploración de los límites. A esta exploración contribuyó la adicción a la morfina, que determinó la vida y la obra del artista a partir de 1894, fecha que coincide con la creación de dos de las pinturas más emblemáticas de Rusiñol, “La morfina” y “La medalla”.

Rusiñol enferma y la morfina la ayuda a soportar el dolor. Se acerca al simbolismo y pinta tres personificacions: “La Pintura”, “La Poesía” y “La Música”. Desde 1896 y tras un viaje en Granada, empieza a pintar jardines, punto de partida de su predilección por este tema pictórico. Su creación literaria de alto nivel, se manifiesta especialmente a partir de la traducción que hace de algunas obras de Baudelaire, que influyen en su primer libro de recuerdos: “Yendo por el mundo” publicada el 1896, que es la primera obra literaria importante en catalán y que perfila el modelo de artista moderno a imagen y parecido de un individuo hipersensible y refinado, escéptico y separado del mundo modernista, comprometido y defensor a ultranza de la poesía contra la prosa de la moderna sociedad burguesa. La producción pictórica y literaria de estos años, comparte el tono agridulce y el distanciamiento irónico o lírico con que el yo del artista encara la realidad. Una realidad que, a finales de siglo XIX, en plena crisis del positivismo, reclama nuevas vías de aproximación que superan los límites de la razón y recuperan la emoción, la sugestión y la intuición como formas de conocimiento. A estos presupuestos, que situan Rusiñol en la órbita del simbolismo europeo, responden programáticamente algunos de los textos publicados a “El Adelanto” como “La sugestión del paisaje” en 1893 y más tarde “Los caminantes de la tierra”, que hacen que Rusiñol sea el introductor en Catalunya y en España del poema en prosa. Por todo esto enseguida considera la posibilidad de emprender la creación literaria al margen del periodismo.

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Los dos volúmenes de “Impresiones de arte” editados el 1897, recopilados de los artículos publicados en “La Vanguardia” por *Rusiñol durante sus viajes a París, a Florencia y a Andalucía -todo un compendio de teoría estética en forma de cartas al director y de crónicas literarias – incluyen: “Desde una isla” de 1893, “Desde otra isla” de 1894 y “Desde Andalucia” de 1895. Junto con “Cartas desde mi molino”, fueron las dos únicas obras que Santiago Rusiñol escribió en castellano. En 1897 publica “Oraciones”, un libro apasionante escrito con una actitud combatiente a favor del arte, pero un libro donde se defienden los aspectos más espiritualizados de las formas del arte. Ya en su prólogo, Rusiñol nos advierte de los “estados de ánimo del espíritu”, y aquí nos encontramos con la sensación de la belleza con la que podemos llegar a comunicarnos. Rusiñol se sintió atraído por el Simbolismo y lo incorporó a sus formas de arte. Su postura es militante enfrente del nuevo arte, un arte al cual se adhiere huyendo de la racionalidad del arte, anquilosado por su uso retórico, e invocando un nuevo arte, fruto del mundo del espíritu y, por lo tanto, pide también un nuevo lenguaje, un lenguaje artístico. Maeterlinck se convierte en un referente y su obra es aclamada por Rusiñol como uno de los aspectos más remarcables de la modernidad.

En “Hojas de la vida”, en 1898 Rusiñol nos cuenta sugestivas impresiones del periodo de bohemia parisiense. Es una recopilación de narraciones breves y de poemas en prosa de factura decadentista, que constituye la gran cantera de su producción dramática posterior. La obra se integraba, ella misma, en un nuevo concepto de arte, el Arte total. Artes gráficas, música, pintura y literatura -narrativa, lírica y dramática- confluían en la creación de unos productos refinados que el autor, en cada uno de los prólogos, destinaba a una minoría selecta que sabría apreciar el valor real.

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En 1899 Rusiñol empieza el año en cama. Su mujer y su hija lo van a visitar Sitges; él se enfada mucho; se siente acorralado. Lluïsa Denís decide no abandonarlo hasta que recupere la salud. No se volverán a separar. En marzo ingresa en un sanatorio cerca de París por desintoxicarse. La cura de desintoxicación de la morfina y la intervención quirúrgica que, un año después lo dejó con un solo riñón, hicieron alejar el artista del abismo y lo hicieron entrar en una nueva etapa creativa, marcada por la dedicación al teatro con miras cada vez más comerciales, y a la especialización en la pintura de jardines en cualquier parte de la geografía catalana y española (Mallorca, Eivissa, Valencia, Girona, Aranjuez, Cuenca y Arbúcies), con breves pero significativas incursiones en Italia. Ya en la época se dijo que, con la recuperación de la salud, Rusiñol había dado un giro importante a su obra pictórica y literaria. La especialización en la pintura de jardines, de una parte, y la dedicación casi exclusiva a la literatura dramática, por la otra, provocaron bien pronto en su obra la repetición de unas fórmulas y clichés que aseguraban la respuesta favorable del público.

Uno de los temas por excelencia, tanto de la pintura como de la literatura de Rusiñol fue: “El jardín abandonado”, un poema escénico publicado en 1900, que continuaba la experiencia lírico-dramática iniciada con “La alegría que pasa”, donde el ingrediente humorístico se presenta de forma mesurada y, sobre todo, matizada y selectiva. “El jardín abandonado”, poema lírico en un acto con ilustraciones musicales de Joan Gay, es la única tentativa verdaderamente exitosa del Rusiñol dramaturgo, en el marco estético del simbolismo. Con esta obra, Santiago Rusiñol se situaba en la punta de lanza de la renovación de la literatura y de la escena catalanas y demostraba un dominio realmente aceptable de un código literario que no admitía ninguna concesión al humorismo costumbrista que en tan pocas ocasiones el autor dejó al margen de su producción literaria. Al comparar las dos obras, “La alegría que pasa” y “El jardín abandonado”, se hace necesario recordar que la primera tuvo un gran éxito de crítica y de público, pero la otra no se estrenó porque suponía una propuesta comercialmente demasiado arriesgada y no fue estrenada hasta el 1928, en una sesión de homenaje en el Teatro Romea. En 1900 expone sus “Jardines de España” e la Sala Parera.

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El 20 de febrero de 1901 se estrena “Chicharras y hormigas”, obra en la que el didactismo y el humor paródico acaban reventando desde dentro el código simbolista y donde las chicharras son nuevamente los artistas y las aburridas hormigas, la sociedad falta de ideales. Es una obra que presenta importantes problemas de registro literario, cosa que afecta tanto la intencionalidad del producto, que acontece ambigua, como la recepción de público y crítica, en general bien poco entusiasta. Aun cuando la ambigüedad no es una característica exclusiva de la obra, en la “La alegría que pasa” constituye uno de los ingredientes que explican el éxito a todos niveles. Aquí surge una disonancia fundamental entre el mensaje que el autor pretende vehicular de forma programática, y la formalización concreta de este mensaje a partir de unos materiales extraídos mayoritariamente de la tradición humorística y costumbrista, que chocan frontalmente con la voluntad de crear unos personajes abstractos. Es el abrazo al simbolismo y al decadentismo, a partir de su actividad como pintor.

La obra “Libertado!”, estrenada en italiano en el Teatro Novedades el 21 de agosto de 1901, y en catalán el 11 de octubre de 1901 con Enric Borràs, supuso el inicio de una nueva etapa, porque el autor había decidido escribir teatro para profesionales y destinado a un público más amplio. A la vez, empezó a abrirse a las resonancias sociales combinando el simbolismo anterior con un realismo pasado por el tamíz de la ironía. “Libertad!” fue traducida por Benavente y representada en Madrid. De este modo, la dramaturgia de Rusiñol se convirtió en un producto híbrido que todavía hoy permite un amplio abanico de interpretaciones, desde la vertiente humorística hasta la lectura ideológica.
El mes de octubre Rusiñol viaja con su familia a Mallorca. El 29 de marzo de 1902 se estrena “Los Juegos Florales de Canprosa” en el Teatro Romea de Barcelona, una parodia en torno a la institución de los Jocs Florals, por la cual sectores catalanistas conservadores se sintieron fuertemente insultados. A partir de aquel momento Rusiñol no pudo evitar recibir constantes críticas negativas por motivos extraliterarios. También en 1902 estrenó “El mal crónico” en el Teatro Romea con Enric Borràs.

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Posiblemente para alejarse del alboroto Rusiñol publicó en 1902 “El pueblo gris”, treinta narraciones en prosa que recibieron el calificativo de aterradoras, que prefigura, a partir de la utilización de la mirada unificadora de un narrador, la novela simbólica surgida de la crisis del realismo. Lo que los había, aun así, inquietado era la defensa de un modelo de artista – mesiánico, crítico, irreductible – que quedaba a años luz del modelo que abonaban quienes se encontraban inmersos en el proceso de selección del modernismo que debía traer a la verbalización del Noucentisme. A la vez, suponían un primer paso hacia la novela, aun cuando Rusiñol siguió publicando y estrenando obras dramáticas, repitiendo importantes éxitos, como “El héroe”, estrenada en el Teatro Romea el 17 de marzo de 1903, por la compañía de Enric Borràs. Se trata de un drama regeneracionista y de una obra antimilitarista, que criticaba la política colonial española, que tuvo que ser retirada por miedo a represalias y donde Rusiñol se distanciaba críticamente del Modernismo por su regeneracionismo. En 1903 Rusiñol parece despedirse del arte entendido como exploración del yo y empieza a ensayar las maneras de llegar al gran público, con la edición de la carpeta de los “Jardines de España”, una recopilación de los cuarenta mejores jardines de Rusiñol acompañados de una muestra de la poesía de sus poetas preferidos.

El “Patio azul” del mismo año, drama sentimentalista; o “El místico” en 1904, sobre el calvario de Jacinto Verdaguer. Paralelamente, estrenando obras intrascendentes, de “hacer reír” como decía él, que la crítica considera concesiones al gran público. Una obra de más calidad y tono social como “La fea” en 1905, se suspende pronto por los disturbios que provocaba entre el público: el primer acto ofendía los burgueses y el segundo los obreros. Una vez más, Rusiñol era un autor que no halagaba nadie porque, en consecuencia, era blanco de ataques políticos de todos los signos. La crisis del teatro catalán también acaba arrastrándolo, y con “La madre” tiene uno de sus últimos éxitos, en 1907, el mismo año de la publicación de su novela más conocida: “L’auca del senyor Esteve” . La bautiza con el nombre del burgués barcelonés por antonomasia porque, en una Barcelona idealizada, retrata la imagen de la burguesía catalana a la que él pertenece- con todos sus defectos pero también con alguna virtud. Hay proyectada una mirada de ternura, aunque la ironía está presente con toda su fuerza. A pesar de estos últimos éxitos, Rusiñol, que no sólo se vende al gran público sino que cada vez es más escéptico de la capacidad del artista para transformar la sociedad, recibe fuertes acometidas de los jóvenes creadores que despuntaban, como Josep Carner o Eugeni d’Ors. Lo acusan agresivamente de desfasado y alejado de la órbita del nuevo movimiento que debía regenerar el país: el novecentismo. A pesar de todo, su prestigio resiste el desmoronamiento del modernismo. En 1908, Rusiñol recibe la medalla de la Exposición Nacional de Bellas Artes, pero su figura va quedando más y más aislada, tanto en cuanto a los nuevas corrientes pictóricas como los literarios.

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Hace una réplica del “Glosario de Xènius” y la escarnece con otro Glosario que publica desde el 1907, con el seudónimo de Xarau, en L’Esquella de la Torratxa , donde colabora como dibujante desde el 1890, y alcanza una gran difusión. Aunque vive otro gran éxito teatral: en 1910 había hecho una versión dramática de L’auca del senyor Esteve , menos sarcástica y más elaborada, que no se estrena hasta 1917 en el Teatro Victoria del Paralelo de Barcelona. Se convierte en un éxito, tanto de crítica como de público heterogéneo que se reconoce en los personajes o identifica sus antepasados ​​inmediatos, al tiempo que disfruta de una Barcelona mitificada que aún conserva en la memoria y que va desapareciendo. A partir de entonces, Rusiñol continúa estrenando obras consideradas de poca monta literaria -sainets y vodevils-, pero su fama ya está establecida. Santiago Rusiñol muere el 13 de junio de 1931 en Aranjuez, mientras pintaba nuevas versiones sobre el tema de jardines .

Posteriormente la popularidad de Santiago Rusiñol se mantiene viva. Sus obras dramáticas se reeditando, incluso durante el franquismo. En 1947 se publican las Obras Completas , reeditadas en 1956 y en 1973. En 1997, L’auca del senyor Esteve , la obra emblemática del autor, inaugura la Sala Grande del Teatro Nacional de Cataluña, dirigida por Adolfo Marsillach , en la etapa directiva de este teatro de Josep M. Flotats.

Fonts consultades: Margarida Xirgu – scriptors.cat – modernisme98

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